Anosmia

martes, 25 de septiembre de 2007

¿Sabía que la ausencia de olfato se llama anosmia? El desconocimiento es una de las principales características de esta enfermedad que afecta a un 1,5% de la población, cifra no despreciable si se toma en cuenta que la ceguera alcanza a un 2,2% y la sordera un 2,3%, y son las discapacidades más comunes. La anosmia no es frecuentemente diagnosticada, sólo en algunos casos tiene tratamiento y según un estudio influye profundamente en la calidad de vida de los pacientes, incluso se asocia a la depresión.
La incomprensión de este mal es un tópico preponderante: “No se considera como muy importante. Esto se demuestra en cosas como que en Estados Unidos existen miles de centros para tratar la ceguera y sordera, pero sólo hay 10 que se dedican al olfato. Se trata de un sentido primitivo que se relaciona estrechamente con los cambios conductuales. Influye en los estados de ánimo y calidad de vida, especialmente en el goce de la comida y disfrute del entorno. No es fundamental para la supervivencia, pero para un anciano que vive solo, sentir un escape de gas puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.”
Existen diversas causas de la pérdida total o parcial (hiposmia) del olfato. La más frecuente son los cuadros virales, los cuales alteran los nervios ubicados en la parte alta de la nariz, que son los encargados de enviar los mensajes olfativos al cerebro. Estas alteraciones pueden ser temporales o permanentes, y de acuerdo al doctor Bravo, mientras más avanzada la edad, mayor la probabilidad de que el daño sea definitivo.
Las patologías asociadas a las fosas nasales, como la sinusitis, rinitis y poliposis, pueden constituir verdaderas barreras que impiden un adecuado olfato. “En la medida que se trate la enfermedad de base, estos casos son relativamente reversible”, explica el otorrino. Otra causa común de anosmia e hiposmia son los traumatismos, los que pueden afectar las raíces nerviosas de este sentido, provocando secciones de los nervios, que habitualmente son más permanentes.
Sólo un 3% de esta enfermedad es congénita; “se detecta muy tardíamente, a los 10 años en promedio. Son niños que se caracterizan porque comen poco y es muy raro hacer el diagnóstico”, afirma el especialista. Un grupo no despreciable lo forman los idiopáticos, es decir, sin origen conocido y se definen porque no corresponden a ninguno de los anteriores. Además hay que tener en cuenta, que así como los otros sentidos, con la edad, el olfato se va deteriorando, situación que en ocasiones se suma a las patologías antes descritas.
El tratamiento depende de la causa, pero ninguno es completamente eficiente: “Frente a las enfermedades nasales, se corrigen los factores desencadenantes. Los cuadros virales y traumatismo no presentan mucha solución porque no existe ninguna forma de recuperar los nervios. Para estos casos y los idiopáticos se prueba con corticoides inhalatorios, que a veces dan resultados”.
Calidad de vida
Un estudio publicado en la revista Journal of the American Medical Association en mayo de 2001 da cuenta de las dificultades enfrentadas por las personas que sufren de anosmia en algún grado, en comparación con pacientes recuperados. Los mayores problemas son la incapacidad para detectar alimentos descompuestos (75% grupo enfermo versus 12% grupo recuperado), escapes de gas (61% versus 8%), humo (50% versus 1%), disfrutar la comida (53% versus 12%) y cocinar (49% versus 12%).
Otra dificultad importante (50%) fue la preocupación respecto de la higiene personal; el aliento y olor corporal. Según los investigadores este factor puede contribuir a la tasa de depresión registrada en las personas con discapacidad olfativa.
Respecto a este tema, el estudio muestra que un 87% del grupo recuperado dijo estar satisfecho con su vida, en contraste con un 50% de los enfermos. Un 3% del grupo recuperado y un 34% de los afectados afirmó estar insatisfecho con su vida. El descontento se incrementa según aumenta el grado de anosmia, pero las diferencias no tuvieron relación con el sexo, edad, educación ni trabajo.
Otra investigación realizada por la Universidad de Pennsylvania concluyó que las disfunciones químico-sensoriales afectan la calidad de vida; los afectados reducen su peso, apetito y bienestar psicológico. El caso de los ancianos es ejemplarizador: la pérdida del gusto y el olfato les produce deficiencias nutricionales e inmunológicas.
Estos efectos son esperables e incluso la falta de olfato debiera influir en las relaciones interpersonales, ya que acercarse a una persona u otra se asocia con los olores de las feromonas. 2005

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